El Martirio de Ortega Lara, Akúside

El Martirio de Ortega Lara es un óleo sobre loneta de 244 cm x 172 cm, las medidas exactas del zulo donde ETA tuvo secuestrado a José Antonio Ortega Lara durante 532 días. En muchas páginas web dicen que el zulo medía 3 m de largo por 2,5 m de ancho: ojalá hubiera tenido ese espacio. Ortega Lara caminaba durante cinco o seis horas al día (cuatro pasos a lo largo y dos a lo ancho), casi siempre a oscuras, pues sus secuestradores encendían la luz sólo siete horas diarias. El zulo estaba excavado bajo tierra. Oscuridad total. La humedad se filtraba por el suelo y las paredes estaban abombadas. Estuvo 532 días sin ver la luz del sol.

En 2013 conocí en La Graciosa a un expreso de ETA. Acababa de salir de prisión y había viajado hasta La Graciosa con su novia, supongo que para poner tierra de por medio y aclarar sus ideas. Era invierno y no había nadie en la isla. Como la noche se prestaba, me puse a charlar un rato con ella aunque sabía dónde iba a terminar la conversación: siempre me ha sucedido lo mismo cuando he charlado con los que comulgaban o comulgan con los planteamientos etarras, algo que siempre me ha gustado hacer. Cuando me despedí, el aún miembro de ETA, me señaló con el dedo: pero cuenta la verdad, ¿eh?, la verdad.

Aquella noche me acosté escuchando en el techo la palabra y el tono: la verdad.

Su novia, creo recordar, era mallorquina. Una joven muy agresiva. Cuando le comenté que estaba escribiendo y pintando sobre el tema etarra se mostró educada e interesada, pero cuando salió el nombre de Ortega Lara (era el cuadro que estaba pintando por entonces), todo cambió:

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La Meta del Silencio

Creo haber llegado a la meta
                                              del silencio:
  Piedra lisa
encerrada en la mano;
un hombre que calla
no por miedo,
sino ante la duda iluminado.
 
  Creo haber comprendido, obligado,
la conciencia del vacío.
Lo nocivo de luchar
con armas convenidas, aparentes, 
letales usadas más allá de la comedia,
                                                  de la vida.
  Creo que me olvido de mí
para regresar al yo
de la piedra lisa 
                      encerrada
                                     en la mano
                                                    del silencio.
 
Foto: Vallecillo 2013
 

Jazz, sexo y pistolas. Nueva novela: Bang Bang, Wilco Wallace.

Bang Bang Wilco Wallace la escribí de un tirón: tres meses sin levantarme de la silla (es una hipérbole). Una vez terminada apenas la corregí. Está tal cual que en la primera toma. La premisa en la que me embarqué para escribir el Bang Bang fue la velocidad. Cada empresa que acometes tiene un motor. A veces escribes una novela por venganza, otras porque crees que puedes hacerte rico, otras porque te crees Joyce. El Bang Bang la escribí porque quería saber hasta qué punto era capaz de imprimir velocidad a una historia. Ese fue su motor: que nunca parara. Surfear en el límite de la ola.

La portada de Germán para Difácil es muy años cuarenta. Muy género negro. Eso es el Bang Bang. Caña literaria de principio a fin: un falso cadáver, una carrera de caballos, una rubia explosiva, la ciudad del Diablo y una tumba que esconde mil dólares. Un western negro. No la busques en las librerías porque saldrá después de Navidades, allá para finales de enero 2014, dice mi editor, César Difácil, quien parece empeñado en que Vallecillo salve su catálogo. Lo está consiguiendo. Empeñarse, digo.

Así como 9 Horas para morir (la otra novela que publico estos días) es un ladrillazo en toda la frente, el Bang bang, Wilco Wallace es una novela muy divertida cuya trama nunca se detiene. Cuando me quedaba sin aliento le gritaba al teclado más acción. El teclear enfebrecido. Jazz, sexo y pistolas.

Siete UFOS sobre el Teide nevado

Los temporales subtropicales son un coñazo: viento y agua como para ahogar a una isla. Pero tras la última nube negra, sale el sol y alguien te llama: el Teide está nevado. Y saltas de la cama y te preparas para el gran espectáculo.

Los guanches creían en un dios benévolo y supremo: Achamán. Un día la gran montaña (Echeyde) donde vivía Guayota, el dios del mal, estalló y el cielo ennegreció. Durante años vomitó lava y cenizas y los guanches creían que había abierto su boca para no cerrarla jamás. El dios Achamán puso fin a la tormenta de lava taponando con un cono la montaña del infierno (Echeyde), encerrando en su interior a Guayota.

Desde entonces el Teide (castellanización de Echeyde) está dormido.

Ted Nugent

Ted Nugent es un guitarrista que morirá en un escenario. Su forma de tocar es análoga a la de Angus Young: tocan con las manos pero sobre todo tocan con el cuerpo. Como los artistas americanos del action painting, sus movimientos físicos mientras actúa influyen en su forma de tocar la guitarra. Ver a Ted Nugent en directo es como ver caerte encima una cornisa. Es una continua explosión de supernovas cuya energía en vez de agotarse se retroalimenta. El loco de Detroit es un guitarrista crudo y clásico, uno de los últimos primates genuinamente humanos, una cabeza tractora que se enorgullece de su forma visceral de tocar la guitarra, un tipo convencido de que los cojones y la palabra son las únicas cosas que tengo, y no estoy dispuesto a romper ninguna de ellas (Scarface). Ted Nugent nació en un pasado que ganó dos guerras mundiales y perdió una vida en Vietnam. Un americano convencido de lo políticamente incorrecto cuyas tres patas para sostener el mundo son follar, comer y rockear. Probablemente por ese orden. Ted Nugent es el último de una estirpe: vino al mundo ya con melena al viento y una guitarra entre las piernas. Ted Nugent es una de las razones por las que el rock duro se sigue llamando rock and roll.

escuchar en Una Hora con Satán